Las huellas que la guerra dejó en la familia de un desmovilizado

*Por seguridad y respeto a los protagonistas de esta historia, se han cambiado todos los nombres.

Desmovilizado_Farc_Antioquia
Andrés, Clemencia y Juliana*. Foto: CORTESÍA.

Cuatro años estuvo Andrés* en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -Farc-, antes de contarle a su familia que había tomado la decisión de desmovilizarse dadas las difíciles circunstancias en las que se encontraba; lo que no sabía era que su madre y hermana habían sido desplazadas forzosamente de su territorio por el mismo grupo ilegal en el cual él delinquía.

Por más de mil 400 días, Andrés fue miliciano de la guerrilla en la subregión Norte de Antioquia. «Las milicias son el motor principal de la guerrilla. Uno como miliciano clandestino es el que está pendiente de los movimientos del Ejército y otros grupos armados; yo era los ojos de las Farc», indica Andrés.

El Norte antioqueño ha sido una de las zonas más devastadas por el conflicto en Colombia. Debido a su posición estratégica, integrantes de las Auc, Farc y Eln han hecho presencia en la región con un único objetivo: apoderarse de las rutas fluviales para transportar droga hacia el Caribe colombiano.

Para explicar su ausencia y sus prolongados viajes, Andrés le decía a su madre, Clemencia*, que trabajaba de finca en finca con el objetivo de ganarse unos cuantos pesos para tener con qué comer.

«Él salía y se iba, y yo no sabía para donde. Llegaba al otro día, yo le preguntaba que dónde estaba y él me decía: «Amá [sic] por ahí», pero yo nunca me llegué a imaginar que era guerrillero; por eso me dio tan duro cuando yo me di cuenta, sabiendo el peligro que corría», explica Clemencia*.

Mientras Andrés*, quien entonces tenía 21 años de edad, cooperaba con el accionar delincuencial de las Farc, su familia, en el Bajo Cauca antioqueño, era desplazada y expropiada de su casa por otro Frente de la misma organización.

Juliana*, hermana de Andrés*, narra el impacto que generó a su núcleo familiar el despojo de su propiedad en ese entonces. «Lo más duro fue la casita y el puesto donde vendíamos cositas: la gaseosita, el cafecito, las venticas que hacíamos y saber que era una parte donde uno tenía las amistades y podía trabajar», expresa.

Clemencia*, con el fin de no causar preocupación en Andrés y no afectar su supuesto desempeño laboral, le justificó el precipitado traslado de vivienda como algo voluntario, que hacían con el objetivo de cambiar de aires y buscar un nuevo rumbo. 

Sin embargo, una noche cualquiera, Andrés no regresó a casa. La situación alteró a su madre, quien no comprendió porqué su hijo no le informó el lugar hacia el que se dirigía o que no volvería, como acostumbraba. 

«Cuando yo salía de la casa le decía para dónde iba, yo le decía: ‘Me voy a ir a trabajar a una finca por unos días, un mes, dos o tres meses’. Pero cuando decidí desmovilizarme, me fui al escondido y me traje ropa informal y no la del trabajo, por eso mi madre se preocupó», dice Andrés.

Sin embargo, una nota que dejó Andrés sobre la cama calmó la angustia de su madre. En ella le confesaba que había pertenecido durante cuatro años al grupo subversivo de las Farc, pero que ahora había tomado la resolución de desmovilizarse y entregarse a las autoridades.

«Él me escribió que hacía cuatro años trabajaba con ellos, que se había desmovilizado. Yo no le esculcaba sus cosas, pero después que ya me dijo empecé a sacar papeles y, efectivamente, habían documentos que lo relacionaban con ellos (…) Los quemé por completo», manifiesta Clemencia*.

Dos meses después de la revelación, Clemencia* volvió a ver a su hijo, ahora desmovilizado, y le confesó junto con Juliana la verdadera razón por la cual abandonaron su tierra, en el Bajo Cauca antioqueño. 

«Los guerrilleros nos dijeron que diéramos gracias a Dios por la oportunidad que ellos nos estaban dando, que la tomábamos o la dejábamos: salíamos esa misma noche o ya no respondían por nosotros, por lo que nos tocó salir a las 9:00 de la noche», remembra la hermana de Andrés*.

Según lo expresa Juliana*, lo que más le causa asombro es que las Farc no hayan respetado a la familia de uno de sus integrantes, despojándola de las escasas cosas que tenían.

Por su parte, Andrés* reconoce que sus errores le costaron caro. «Yo fui la oveja negra que me desvié y no hice caso a los consejos de mi madre. Ahora que volví otra vez a retomar las riendas de mi vida espero acordarme siempre de esos consejos para no volver nunca más a cometer errores», asegura entre lágrimas.

Al igual que Andrés, miles de antiguos combatientes de las Farc o del Ejército de Liberación Nacional -Eln-,  han decidido deponer el fusil e ingresar al programa de Atención Humanitaria al Desmovilizado, del Gobierno Nacional.

Según explica el coronel Martín Daza, coordinador del Grupo Asesor de la Séptima División del Ejército, «la desmovilización, además de ofrecer alternativas de vida para quienes decidan dejar las armas, es una manera de reconstruir el tejido social y apostarle a la transformación del territorio«.

Actualmente, Andrés ha recibido oportunidades de educación, salud y asistencia psicosocial, entre otras, en el marco de garantías que ofrece el Estado para que la reinserción integral a la sociedad de los exguerrilleros. 

Andrés recuerda con tristeza esos cuatro años que pasó lejos de su familia por estar delinquiendo y aún no entiende cómo sus propios «compañeros de lucha» fueron capaces de hacerle daño a su familia. De lo que sí está seguro es que, a sus 25 años, está dispuesto a cambiar su historia y salir adelante como un ciudadano de bien.

Acerca de David Esteban Álvarez Ortiz

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Soy periodista, locutor e historiador en formación. Aficionado a la cocina, al cine, al fútbol y al baile, creyente de la educación como motor de cambio. Redactor de economía y derechos humanos.

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