El miedo a la paz

La costumbre, esa amalgama mental que mantiene enquistada y resignada a la mayoría de la población que sumisamente ha aceptado la delincuencia, la corrupción y la violencia como parte habitual de la vida y ha perdido todo signo de esperanza de cambio y de paz. 

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La paz ha sido la gran apuesta de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia. Foto: CORTESÍA.

Después de más de cinco décadas de violencia que han creado un referente de país marcado por el miedo, desesperanza y desigualdad, se avizora una salida a la paz, negociada con el grupo armado Farc  que parece, concluirá con la firma de un acuerdo este año.

La guerrilla más antigua del continente, incluso del mundo, ha entrado en la fase final de la negociación con el gobierno para cambiar las armas por política. Cambiar las balas por ideas pareciera ser un excelente negocio para todos los habitantes de un país que han sufrido en carne propia la desgracia de la guerra y que no conocen como es vivir en  paz, sin embargo, hay un sector que no opina lo mismo y se opone tajantemente al proceso adelantado en La Habana.

Resulta bastante difícil explicarle a un extranjero porqué en un país que cuenta con abundantes recursos naturales que podrían ser bien aprovechados en un contexto sin guerra y con la posibilidad histórica de dejar un pasado violento atrás,  exista un sector que se oponga a un proceso de paz. Es aún más complejo si tenemos en cuenta que la economía del país ha crecido constantemente incluso más que algunos países de la región que no tienen semejantes dificultades.

Esto hace prever, como lo dicen muchos economistas, que bajo un panorama sin conflicto armado existirían más oportunidades de empleo y el dinero que antes iba a la guerra se destinaría a la educación y la salud beneficiando ampliamente a sus habitantes.

Preferir la guerra a la paz atenta contra toda lógica de convivencia, ¿como se explica tal oposición? Varias razones a mi modo ver influyen en esta postura, los contextos históricos  que han sumido al país en polarización, desde las luchas bipartidistas en la época de “La Violencia” crearon un modelo basado en odios heredados y su consecuente visión de la política ligada a la violencia donde en vez de contendor se hablaba de enemigo  incrustó en la sociedad un ADN belicista alimentado por los discursos del odio de ciertos dirigentes políticos donde se demoniza al enemigo que desafortunadamente continua hasta el día de hoy.

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Equipo negociador del Gobierno. Foto: CORTESÍA.

La coexistencia de la  violencia  con la democracia desvirtuó su significado ya que la democracia se basa en el reconocimiento de la diferencia y la guerra es justo su  negación, en este sentido ya no hay espacio de participación política en medio del respeto por la diferencia, sino posiciones antagónicas que discuten en términos absolutistas, sumado a ello,  los intereses de particulares, grupos económicos y de partidos políticos para mantener su hegemonía, son factores que han perpetuado los ciclos de violencia, ayudado con la manipulación mediática, teniendo como resultado la descomposición ética de la sociedad, una especie de mundo al revés donde lo malo también es bueno y donde la guerra es mejor que la paz.

También lo es la costumbre, esa amalgama mental que mantiene enquistada y resignada a la mayoría de la población que sumisamente ha aceptado la delincuencia, la corrupción y la violencia como parte habitual de la vida y que ha perdido todo signo de esperanza de cambio.

Se dice que no hay nada más poderoso que una idea, esta puede llevar a generar los más profundos cambios pero también una idea y en este caso, la de que nada diferente va a pasar, constituye un poderoso obstáculo para generar como sociedad los cambios que se requieren para aceptar  un modelo de paz.

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Durante estos últimos 50 años se han probado varios métodos para pacificar el país, compra de armas, bombardeos, inteligencia militar, zonas militarizadas, aumento del discurso bélico, asesinatos extrajudiciales, desaparición forzada y demás métodos de combate legales e ilegales, que no han logrado el fin último, la destrucción del enemigo y la instauración de la paz; ¿por qué entonces no probar un método distinto? tal vez el dialogo después de todo no sea una mala idea para llegar al fin de un conflicto.

La paz no se firmará en La Habana, allá solo se firmarán acuerdos, la paz la instala la ciudadanía y para que eso ocurra debe tener una madurez suficiente para reconocer las ventajas que ella representa. El que exista un sector de la población que se oponga demuestra que queda camino por recorrer, en cuanto a educación y pedagogía para la paz. Le corresponderá al gobierno nacional, a los profesores, académicos y medios de comunicación una tarea nada sencilla, explicar a quienes se oponen, lo que a la mayoría le parece obvio, que es mejor la paz que la guerra.

Acerca de Jhonatan Correa M

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Magister en Derechos Humanos, Paz y Desarrollo Sostenible Universidad de Valencia, España

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