Hoy, Armero es más que un recuerdo, es el ejemplo de todo lo que no se debe hacer ante una inminente catástrofe.
Hoy, 13 de noviembre, se conmemoran 30 años desde que el lodo, las piedras y los palo, descendieron hasta Armero por las aguas del Río Lagunilla con toda su fuerza, expulsada por la erupción del volcán Nevado del Ruíz. Un hecho predicho, pero ignorado.
Sobre las cuatro de la tarde de aquel 13, la ceniza volcánica comenzó a caer sobre Armero. Sin embargo, era algo tan común que la gente no le puso mucho cuidado a lo que pasaba y la vida normal en armero continuó.
Más tardes, hacia las nueve la noche, a comenzó a bajar una fuerte avalancha impulsada a cerca de 40 kilómetros por hora. Era una montaña acuosa de pantano y escombros que comenzó a destrozarlo todo: casas, vegetación, calles… vidas.
Los muertos fueron más de 25 mil de los 40 mil que vivían en este pueblo algodonero del norte del departamento del Tolima, que luchaba por salir adelante en medio de una Colombia que enfrentaba cambios y momento sociales complejos de cuenta de la guerra y el naciene fenómeno del narcotráfico.
“Faltó tiempo para que las personas se apropiaran de la conciencia del peligro y se educaran para saber qué hacer, cómo prevenir”, explicó Gloria Patricia Cortés, directora del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales.
Tras la avalancha, cuerpos mutilados y familias enteras aferradas entre sí, fueron encontradas bajo los escombros. Algunos, quienes fueron crédulos de las sospechas, pudieron huir y salvar sus vidas. Otros, con menos fortuna, corrieron para salvarse, pero la voracidad de la avalancha les ganó la batalla.
Otros, como la recordada Omaira Sánchez, lucharon por su vida. Ella, pasó 60 horas sepultada mientras que la Defensa Civil intentaba sacarla y los ojos de todo un país se clavaban en su mirada.
“Mamá, te quiero mucho. Papá, hermanitos, oren mucho para que estas personas me puedan sacar de acá. Adiós, madre”, fueron las históricas palabras de Omaira que sacudieron a todo un país.
De Armero quedan muchos interrogantes sin cerrar: las advertencias de un grupo de geólogos italianos, qué pasó con los niños a quienes vieron salir con vida de los escombros, la responsabilidad del Estado por la falta de previsión y alerta. Y las labores para impulsar las vidas de los que quedaron vivos ¿la ayuda fue sólo en traslado?
Hoy, Armero es más que un recuerdo, es el ejemplo de todo lo que no se debe hacer ante una inminente catástrofe. Sin embargo, para los armeritas el Estado nunca se acordó de los vivos y bajo la desidia dejó enterrados a los muertos.
Poco importaron las vidas que se fueron y las que desoladas quedaron intentando sobrevivir. Armero, con el tiempo, sigue siendo un pueblo sepultado bajo el olvido.